martes, 26 de mayo de 2020

Los abejorros manipulan las plantas para que florezcan antes

Uno de los casos de simbiosis más conocidos y más estudiados es el de los insectos polinizadores y las plantas angiospermas. Los insectos se encargan de transportar el polen de unas flores a otras, con lo que facilitan la fecundación cruzada minimizando la endogamia, y las plantas, a cambio, producen néctar para los ellos y les "regalan" parte del polen que producen en abundancia. De esta manera, tanto plantas como insectos salen beneficiados en esta relación. La prueba de que este pacto funciona es que lleva produciéndose desde hace 100 millones de años (Hu et al, 2008), a lo largo de los cuales se ha ido perfeccionando y sofisticando por el mecanismo de la coevolución

Bombus terrestris polinizando una flor de Centaurea nigra

Para que esta relación funcione es necesario que se produzca un ajuste perfecto entre la floración de las plantas y la emergencia de los insectos, de forma que cuando los insectos aparezcan, las flores ya tengan las reservas de néctar repletas, el polen maduro y hayan desplegado todos sus atractivos para atraerlos hacia ellas. Si ese ajuste temporal no se produce, las flores se marchitarán sin haber sido fecundadas y los insectos se morirán de hambre. 

martes, 19 de mayo de 2020

El primer vuelo

Hoy llegó el gran día y tras varios intentos, el pollo de carbonero se ha atrevido a volar por primera vez. No ha sido un gran vuelo, solo unos pocos metros hasta un muro cercano, pero ha sido la prueba más difícil de su corta vida. 

Encerrado en la caja nido en la que nació, a oscuras y acompañado de sus cinco hermanos, solo veía un rayo de luz que se colaba por el pequeño agujero de la entrada. Ahora todo es nuevo y enorme. Es la primera vez que ve el cielo, las nubes, los árboles y las flores. También es la primera vez que siente el viento y el calor del sol.


Mira hacia arriba y se queda embobado viendo a las gaviotas que gritan mientras pasan planeando por encima de su cabeza. Por fin sabe de dónde viene aquel sonido lejano que tanto le intrigaba desde el día en que nació.

lunes, 11 de mayo de 2020

Pequeñas alegrías del confinamiento

Hacía ya tantos años que no veía Lagartos verdinegros en Novellana que se me había olvidado que una vez los hubo. Un incendio hace mucho tiempo, intencionado como la mayoría de los que ocurren por aquí, arrasó con el bosque de carbayos, sauces y abedules que tenía al lado de casa. Y también se llevó por delante matorrales de toxos de flores amarillas, brezos verdes y morados y zarzas llenas de moras. Lo que muchos siguen llamando maleza y basura estaba lleno de vida. Allí criaban alcaudones dorsirrojos y zarceros, tarabillas y currucas y se asoleaban las culebras de collar y los lagartos. 

Recuerdo aquel incendio como si fuera ahora. Tendría yo 15 o 16 años y tengo grabada la imagen de la gente del pueblo haciendo cadenas humanas para tirar cubos de agua a las llamas y a mi padre mojando las paredes de casa con la manguera, "porque nos la comía el fuego". Y recuerdo aquel olor cuando todo acabó, cuando no quedaba nada más que ceniza y palos negros y un suelo caliente del que siguió saliendo humo durante varios días. Y con el fuego desaparecieron los lagartos y no volvieron. Y en las cenizas de carbayos, abedules, toxos y brezos, plantaron eucaliptos, porque según decían, por lo menos te dan algo. Y el monte que tenía al lado de casa ya nunca volvió ser igual. 


Hoy por la mañana, más de 40 años después de aquel incendio, me los encontré encima del cierre de casa. Allí estaban, una pareja de lagartos verdinegros tomando el sol. Él con su cabeza azul hacía guardia y ella con su cabeza gris me miraba de reojo. Habían vuelto y no se muy bien como llegarían, pero me alegraron la mañana y me recordaron aquel monte donde nos perdíamos cuando éramos niños, con sus carbayos, sus abedules y sus toxos de flores amarillas. 

Mientras tanto, ahí siguen los eucaliptos, porque según me dicen ahora, cuesta más sacarlos de lo que te dan por ellos.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Boca a boca

Hay muchos animales que transportan la comida dentro de su cuerpo para luego regurgitarla y dársela a sus crías, a sus parejas o a otros miembros de su familia. En muchos de ellos, esa transferencia de alimento se realiza directamente de boca a boca. En un principio se pensó que la trofalaxis, un término acuñado en 1928 por W.M.Wheller en su libro "The socal insects", tenía una función exclusivamente alimenticia, pero varios trabajos posteriores han demostrado que tiene un papel más complejo, relacionado con la comunicación e incluso con la inmunidad social (Hamilton et al., 2010).

Trofalaxis en Formica pratensis

Los insectos sociales, como las hormigas y las abejas, forman colonias que pueden agrupar a millones de individuos, todos ellos emparentados, ya que todos son hijos de una o unas pocas hembras fértiles. Para comunicarse entre ellos utilizan varios mecanismos, a veces frotan las antenas entre sí y otras veces utilizan el boca a boca. Durante ese contacto, dos de los miembros de la colonia se intercambian alimento, pero también mensajes químicos en forma de feromonas. Según un estudio realizado con la hormiga Camponotus floridanus, este intercambio sirve para cohesionar a los miembros de la colonia, distinguiendo a los familiares de los intrusos y también para transmitir información que sirva para decidir colectivamente el desarrollo de la colonia, por ejemplo si la reina debe poner más o menos huevos, si deben invertir más recursos en alimentar a las larvas o si la colonia está saturada y es hora de que la hembra produzca descendientes fértiles que colonicen otros lugares (Le Boeuf et al, 2016).