jueves, 19 de marzo de 2020

Historias del confinamiento I

Seguimos confinados en nuestras casas y todo indica que así seguiremos durante unas cuantas semanas más. Mientras tanto, en las ciudades ahora vacías la vida sigue y aquí os cuento una de las muchas historias que ocurren detrás de los cristales de nuestras ventanas, una de las muchas historias que la mayoría de las veces nos pasan desapercibidas.

El año pasado, una pareja de Lavanderas blancas (Motacilla alba) decidió instalarse en el patio de nuestro edificio para criar. Hicieron el nido debajo de una teja que estaba un poco levantada. Los estuve siguiendo desde la ventana durante toda la cría, las vi mientras llevaban papelitos y restos de nuestra basura para hacer el nido, las vi turnarse para calentar los huevos y después de leer en un libro que la incubación duraba entre 10 y 12 días, pude estimar con bastante precisión cuando nacerían los pollos.

Pude ver entonces como el trabajo de los adultos aumentaba de día en día, como tenían que hacer viajes y más viajes, volando por encima de los 8 pisos de los edificios que rodeaban el patio, para cazar insectos en las calles cercanas.

Mientras trabajaba en el ordenador, me sentía como James Stewart mientras espiaba tras la cortina a Miss Torso y empezaba a sospechar que el señor Thorwald se había cargado a su mujer para irse con su amante. Aprendí a diferenciar el reclamo de los padres cuando alertaban a los pollos sobre los peligros que los acechaban. Podía ser una gaviota que volaba alto sobre el patio, o una urraca que se posaba en un tendal y escudriñaba con detenimiento todas las tejas en busca de los pollos que sabía que se escondían bajo alguna de ellas. Incluso identifiqué el reclamo sin miedo cuando veían que una paloma acudía a comer las migas que alguien había sacudido del mantel: "De esas no os preocupéis"


Vi a los pollos crecer y volverse cada vez más pesados. Reclamando comida sin parar obligaban a sus padres a hacer más y mas viajes, subiendo y bajando los 8 pisos de los edificios una y otra vez para llenar esos picos abiertos de par en par que no se saciaban nunca.

Tres semanas después de nacer, todos se fueron, padres e hijos saltado de tendal en tendal y de alfeizar en alfeizar, subieron los 8 pisos hasta el tejado y salieron a la calle. Esas calles ahora desiertas que estaban entonces llenas de gente.

Este año volví a ver a una pareja de lavanderas en el patio, ¿será la misma pareja del año pasado o será otra?¿cuando empezarán a criar?¿Aparecerá Grace Kelly para hacerme compañía mientras sigo aquí con la pata quebrada?

lunes, 16 de marzo de 2020

¿Y si nosotros fuéramos el virus?

Mientras nosotros estamos encerrados, el mundo sigue moviéndose ahí fuera. Muchos árboles ya están abriendo sus hojas a la primavera, algunos pájaros ya se han marchado y otros han llegado y se afanan en construir sus nidos. Las lagartijas se desperezan aprovechando los rayos de sol que ya empiezan a calentar, las mariposas ya liban las flores tempranas y las hembras del zorro preparan la madriguera para el parto que se avecina. Los salmones ya están en el río y allí se quedaran, sin comer y reservando energías para el desove de diciembre.

Ninguno de ellos nos necesita para seguir su camino, nunca nos han necesitado. Es más, la mayoría agradecerán que estemos escondidos y no aparezcamos.

Y mientras todo esto ocurre, una pequeña partícula de menos de 200 nanómetros de tamaño, una simple cadena de ARN rodeada de una cápsula de proteínas, tan simple que ni siquiera podemos calificarla como un ser vivo, ha vuelto a bajarnos del pedestal al que nosotros mismos nos habíamos subido.

Nosotros, la "especie elegida", "la que ocupa el último escalón en la creación", estamos acojonados. Y nos sobran los motivos para estarlo.


Aquí os dejo un vídeo con unas cuantas imágenes de esos compañeros de viaje que como os comentaba, siguen a lo suyo, sin enterarse de nuestros problemas.