lunes, 24 de mayo de 2021

¿Es la ciencia radical o es que no queremos creer lo que dice?

Llevamos más de un año sufriendo los efectos de la pandemia del Covid-19, que se ha llevado por delante a casi 4 millones de personas, aunque los últimos análisis apuntan a que podrían ser muchos más. Una pandemia que ha cambiado, quizás para siempre, nuestra forma de vida, nuestras relaciones sociales y seguramente nuestra manera de afrontar el futuro.

Cuando aparecieron los primeros casos, rápidamente comenzaron a florecer las teorías conspiranoicas para justificar lo que nos estaba ocurriendo. Ese virus tenía que haber sido creado en un laboratorio, no era posible que esto nos estuviera pasando a nosotros, la especie elegida, el sumum de la evolución. No podíamos estar amenazados por un ser insignificante, minúsculo, que ni siquiera llega a la categoría de ser vivo porque ni siquiera tiene un metabolismo propio. Sólo nosotros, otra vez nosotros, podríamos haber sido capaces de crearlo, con alguna intención abyecta y oscura. Pronto empezaron a publicarse trabajos científicos que tras secuenciar su genoma confirmaban el origen natural del virus, descartando las hipóteisis de su origen artificial (Andersen et al, 2020). Se trataba de un nuevo caso de zoonosis o salto de un virus de un animal al ser humano. No era la primera vez que ocurría (SIDA, SARS, Ébola, etc.) pero esta vez se había extendido más rápido, debido en parte a la mayor virulencia del virus y también a que nuestra capacidad para desplazarnos se ha incrementado exponencialmente en los últimos años. 


Al mismo tiempo que aparecieron estos trabajos, surgieron las voces que trataron de desacreditarlos. Se acusó a los científicos de estar vendidos a las élites, de publicar artículos de impacto para medrar en las instituciones y engrosar su curriculum e incluso de querer enriquecerse a costa de la enfermedad. La ciencia ya no servía, y no servía porque nos decía lo que no queríamos oir y nos volvía a bajar del pedestal al que nosotros seguíamos empeñados en seguir subidos. Nada nuevo que no hubiera pasado antes con Galileo, Darwin, Pasteur y tantos otros, que aplicando el método científico se enfrentaron a las teorías unánimente aceptadas por la sociedad para demostrarnos que ni éramos el centro del universo, ni éramos una especie bendecida por un hálito divino, y que por tanto, estabamos tan sometidos a las leyes de la naturaleza como el resto de especies consideradas "inferiores".

Lo cierto es que la ciencia ya llevaba mucho tiempo avisando de que la pérdida de biodiversidad y la degradación y destrucción de los ecosistemas incrementaba el riesgo de zoonosis (Quammen, 2012*). Si la biodiversidad es elevada, el riesgo de zoonosis se reduce. Un ecosistema sano y biodiverso está habitado por multitud de especies que tienen distintos roles dentro del mismo. Hay depredadores y presas, hay especies generalistas y especialistas, también hay especies que compiten por los mismos recursos. Asimismo, los depredadores eliminan los animales enfermos y débiles, atajando la dispersión de los patógenos por los que han enfermado. Y toda esta red de interacciones hace que se mantenga un equilibrio que impide que la población de ciertas especies exceda unos límites. En resumen, un ecosistema sano, con elevada biodiversidad, hace que esos patógenos estén diluidos entre toda esa diversidad de especies, dificultando e incluso bloqueando su salto hacia los humanos (Halliday et al, 2012; Kahli et al., 2016). 

Ante estas evidencias científicas, lo esperable sería que basándonos en la experiencia adquirida durante estos meses, hiciéramos el mayor esfuerzo posible para detener la alarmante pérdida de biodiversidad que estamos sufriendo, restauráramos los ecosistemas alterados y defendiéramos con uñas y dientes los pocos espacios que aún se encuentran en buen estado de conservación. No sólo se trataría de un deber moral, ya que nosotros somos los primeros responsables de este desaguisado, también se justificaría por un puro egoismo de especie para lograr un escudo contra futuras pandemias.

Para lograr esos objetivos deberíamos hacer cambios, deberíamos sacríficar algunas comodidades, deberíamos ceder espacio a otras especies y deberíamos contener nuestro crecimiento, entre otras cosas. El esfuerzo, sin duda, merecería la pena y los beneficios de adoptar esos cambios superarían con creces los sacrificios asumidos. 

Pero lo cierto es que no queremos cambiar, y ahora que parece que se empieza a vislumbrar el final de esta pandemia (gracias a los científicos y a las vacunas que nos están sacando del atolladero), olvidamos todo lo aprendido y queremos volver cuanto antes a la "normalidad". Una normalidad que implica seguir como hasta ahora, seguir destruyendo la biodiversidad y así tener más superficie para "progresar" y seguir creciendo, bajo la única variable que entienden los gobiernos: el PIB. Nos dicen que hay que recuperar el tiempo perdido e incrementar aún más los esfuerzos para conseguirlo. La naturaleza vuelve a ser el enemigo y los científicos vuelven a ser un incordio que lo único que hacen es poner palos en las ruedas del progreso.


Hoy por la mañana, leía en un periódico regional que tras encargar un informe sobre la restauración ecológica del río Piles, en Gijón, los afectados por la restricción de actividades que implicaría dicha restauración, exigían al ayuntamiento eliminar ese informe e "inhabilitar a los responsables del mismo". El argumento se basaba en que a pesar de ser “científicos brillantes”, “son representantes de una de las tendencias más radicales en la estrategia de restauración de ríos”, que centran sus esfuerzos en “la restauración geomorfológica y biológica de los cauces”. Como señalaban en otro medio, "un conocimiento bien caracterizado en los libros de ciencia es que las personas que se dedican a la investigación científica son influenciadas por sus creencias, a veces de forma inconsciente". 

Hemos vuelto a ponernos la venda en los ojos y estamos reparando la escalera para volver a subirnos al pedestal. Seguimos siendo la especie elegida y por eso, si se repite la historia, sacaremos a los científicos de sus cajitas para que vengan al rescate. Mientras tanto, que estén callados y no estorben.


Referencias

Andersen KG, Rambaut A, Lipkin WI, Holmes EC & Garry RF (2020) The proximal origin of SARS-CoV-2. Nature Medicine volume 26, pages450–452 

Halliday FW, Rohr JR & Laine A-S (2020) Biodiversity loss underlies the dilution effect of biodiversity. Ecology Letters https://doi.org/10.1111/ele.13590

Khalil H, Ecke F, Evander M, Magnusson M & Hörnfeldt B (2016) Declining ecosystem health and the dilution effect. Scientific Reports 6, Article number: 31314

Quammen (2012) Spillover. W.W. Norton & Company. 592 pp (* en 2020 se publicó la traducción en castellano con el título "Contagio)


martes, 4 de mayo de 2021

¿Será el oso pardo el próximo candidato a especie cinegética en Asturias"

Quizás sea porque hace tiempo que no creo en las casualidades, cuando veo que la prensa repite insistentemente una noticia o se ceba con un determinado tema, suelo pensar que hay algo más detrás. Puede que sea muy mal pensado. Quizás.

Hace una semana, la Fundación Oso Pardo (FOP) comentaba que el oso pardo ya no estaba en peligro de extinción. Desde ese día, "casualmente", la prensa asturiana ha publicado prácticamente a diario noticias sobre daños del oso a ganado, a colmenas, a frutales, hace 2 dias, comentaban el caso de unos vecinos de Cangas que se encontraron con un oso y que tuvieron que darle unas voces para que se fuera, y la FOP saca, justo ese día, su informe sobre 8 ataques de osos a personas en 30 años. Una columna de hoy en LNE ya exige que el principado tome cartas en el asunto, y nos recuerda que el oso pardo no es Yogui, así que hay que andarse con cuidado. Puede que sea muy mal pensado. Quizás.

Cuando hace 6 años, los cazadores reclamaban poder matar osos "cuando la especie se recupere", todo el mundo se lo tomó a coña. Quizás estaban allanando el terreno mientras el Principado decía que "la sociedad marcaría los tiempos". Parece que causualmente la prensa encendió el ventilador, justo ahora. Puede que sea muy mal pensado. Quizás.


La FOP, que tiene firmados varios convenios con las Federaciones de Caza, desde 2018 la Fundación Oso Pardo y la Federación Cántabra de Caza participan en el proyecto conjunto ‘Caza y Oso’, saca ahora todas estas noticias, casi una a diario. Puede que sea muy mal pensado. Quizás.

Quizás el Principado de Asturias pueda opinar algo sobre este tema. Puede que sea muy mal pensado. Quizás.

Puede que muchos estéis pensando que una cosa es lo que diga la prensa y otra muy distinta son las decisiones que tome la administración. Por si sirve de ayuda para entender estas casualidades, copio literalmente el fragmento del último "Programa de actuaciones de control del lobo en Asturias", donde el gobierno asturiano explica como mide la conflictividad social de una especie, en este caso del lobo: "Resulta difícil medir la “conflictividad social existente” más allá de la que, de forma indirecta, puede reflejar el análisis de los daños, pero, no obstante, el lobo es un tema recurrente en los medios de comunicación escritos regionales (La Nueva España, El Comercio, El Fielato…) y las noticias aparecidas en los mismos son también, de alguna forma, imagen de lo que la sociedad asturiana piensa del lobo y de la trascendencia que le otorga". 

Puede que sea muy mal pensado. Quizás

domingo, 2 de mayo de 2021

El salmón se extingue ante nuestros ojos

Otros años por estas fechas, los periódicos y los informativos asturianos nos ofrecían a diario las estadísticas de pesca de salmón. Acompañaban sus crónicas con fotos de los orgullosos pescadores y con publirreportajes sobre el paraíso astur de la pesca de salmón. "En los ríos asturianos hay salmones para regalar", así se titulaba un artículo de la prensa regional hace tan solo 4 años. Alcaldes, políticos de todo signo, hosteleros, presidentes de asociaciones y vecinos de las localidades ribereñas, relataban sus logros y apostaban por el negocio, frotándose las manos pensando en los millones de euros que supondría la pesca del salmón para la maltratada economía asturiana. Pero este año esas páginas brillan por su ausencia. Silencio casi absoluto, como si no hubiera temporada de pesca o se hubiera suspendido por alguna razón desconocida.

Y os preguntaréis qué está pasando. Pues la respuesta es muy sencilla: no hay salmones. La temporada de pesca con muerte comenzó el 11 de abril y todas las capturas de este mes han alcanzado la increible cifra de ¡23 peces! Probablemente se trate del peor inicio de temporada de la historia. En el Esva, como era esperable, no se ha pescado ni un solo salmón, pero los pescadores no quieren oir hablar de que se vede este río.

Ya es cada vez más difícil justificar este triste balance culpando a los cormoranes, las garzas y las nutrias. Tampoco es creíble que sea la pesca en el mar la que está acabando con los salmones, porque desde hace más de una década es una pesquería anecdótica, entre otras cosas porque ya no es rentable. Aunque les cueste admitirlo, o sencillamente no quieran creerlo, el salmón se extingue, las repoblaciones no funcionan y además son perjudiciales, tal como confirman cientos de artículos científicos. O se veda el salmón inmediatamente o se extinguirá en unos pocos años.

Adios a la pesca, adiós a la gallina de los huevos de oro y lo peor de todo, adiós a una especie excepcional y a una población única en el mundo, que se perderá para siempre por culpa del egoismo y la avaricia de unos pocos. Y por supuesto, con la inestimable ayuda de una administración que antepone los votos y los sillones a las evidencias científicas.