Hacía ya unos meses que en casa de mis tíos se escuchaban ruidos extraños en el tejado. Algo raro sucedía allí arriba, y desde el mes de mayo, poco después de oscurecer, esos ruidos se habían hecho mucho más frecuentes. No había duda de que en la chimenea había algo más que hollín y cenizas.
Hace una semana, aprovechando que mis tíos tenían que pintar la fachada, me subí a la grúa y nos acercamos a la chimenea para tratar de confirmar la presencia de los supuestos fantasmas, cuya identidad ya conocía de antemano casi con total seguridad. Cuando la grúa estuvo a un metro de la chimenea, empecé a oír los siseos que mis tíos escuchaban por las noches, así que con cuidado, encendí una linterna y allí estaban los culpables.
Dos preciosos pollos volantones de Lechuza común (Tyto alba) no perdían detalle de mis movimientos, y entre sorprendidos y asustados, silbaban para tratar de intimidarme. Estaban completamente emplumados y les quedarían unos pocos días para abandonar el nido que sus padres habían instalado en el hueco de la chimenea. El sitio era perfecto, a cubierto de la lluvia, a buena altura y accesible desde todas las orientaciones. Solo había un problema, no para ellos, sino para mis tíos, que unos cuantos metros más abajo eran incapaces de encender la estufa, comprobando con sorpresa como cada vez que abrían el tiro, cientos de pelotillas de pelos, huesos y algunas plumas, caían por arte de magia por el hueco de la chimenea, llegando a obstruirla en varias ocasiones.