miércoles, 27 de septiembre de 2017

El cuervo de Esopo y la inteligencia de las aves

Cuando hablamos de inteligencia en el mundo animal, inmediatamente nos vienen a la cabeza las imágenes de grandes primates como los chimpancés o los gorilas, o las de delfines y otros cetáceos. Todos ellos tienen un cerebro de gran tamaño en relación al resto de su cuerpo y una estructura cerebral muy similar a la del ser humano.

No es casual que la mayoría de los estudios sobre la inteligencia animal se hayan desarrollado con animales que compartían un pasado evolutivo reciente con nosotros, o que aunque nuestros ancestros estuvieran más separados filogenéticamente, tuvieran una estructura cerebral parecida a la nuestra. El antropocentrismo y la idea muchas veces repetida de que nuestra especie ha sido imbuida por un hálito divino que nos hace completamente diferente al resto, ha sido la responsable en muchas ocasiones busquemos esos indicios de inteligencia en los animales más próximos a nosotros como una forma de explicar nuestro propio pasado y que ignoremos al resto de animales, supuestamente inferiores. De hecho no es raro que se tienda a considerar más inteligente a aquel animal que es capaz de resuelver problemas de la misma forma que los resolvemos nosotros, ya sea usando una piedra como  un arma, un palito como un tenedor o que pueda pintar un monigote en un lienzo.

Entre esas criaturas supuestamente inferiores desde el punto de vista intelectual se encuentran las aves, que la mayoría de las veces han sido puestas como ejemplo de animales que reaccionan exclusivamente por instinto, con un cerebro minúsculo que solo les servía para organizar actividades primarias como comer, volar o aparearse.


Cerebro de un ave (izquierda) y de un mamífero (derecha)

Si nos fijamos en la estructura del cerebro de un ave comprobaremos que es muy diferente a la de los mamíferos, destacando un tálamo y un cerebelo de mayor tamaño y una corteza cerebral lisa y sin circunvoluciones. Durante décadas y hasta finales del siglo XX se consideró el cerebro de las aves como un cerebro primitivo, muy parecido al de los reptiles y que al compararlo con el nuestro se suponía que solo les permitiría actuar como autómatas.

Aunque los cerebros de aves y mamíferos son estructuralmente distintos, eso no implica que sean primitivos ni que sean una versión arcaica del cerebro de los mamíferos. Esa idea parte de una errónea concepción lineal de la evolución, según la cual las especies iban apareciendo paulatinamente como peldaños en una escalera, cuando la realidad es que la evolución no es lineal, sino que se ramifica y da lugar a distintas "escaleras" en cada peldaño. El ancestro común de aves y mamíferos apareció hace unos 300 millones de años y tanto unos como otros y con ellos sus cerebros, evolucionaron de forma independiente hasta nuestros días.

Varios estudios recientes han confirmado dos cosas, en primer lugar que un cerebro más grande no es sinónimo de mayor inteligencia, ya que cerebros más pequeños pueden tener densidades neuronales muchísimo más elevadas que otros cerebros más grandes. Pero ni siquiera un mayor número de neuronas nos sirve como regla para cuantificar la inteligencia, por ejemplo los elefantes  tienen 3 veces más neuronas que los seres humanos, pero el 98% de ellas tienen como función controlar la actividad de su trompa (Herculano-Houzel S et al., 2014). En segundo lugar se ha confirmado que la inteligencia no es monopolio de los mamíferos ni mucho menos del ser humano, sino que las aves, y en concreto algunas especies, tenían capacidades cognitivas incluso superiores a las de los grandes simios.

Recientemente he terminado de leer el libro "El ingenio de los pájaros", donde su autora, Jennifer Ackerman, explica de manera muy didáctica y a su vez muy exhaustiva, la historia de los últimos descubrimientos sobre la inteligencia de las aves, valiéndose para ello tanto de las publicaciones científicas más relevantes como de sus propias experiencias a muchos de los lugares donde se desarrollaron los experimentos que menciona.

¿Cómo puede acordarse un cascanueces del lugar exacto donde había enterrado cientos de semillas varios meses antes? ¿Cómo puede memorizar un pájaro de con un cerebro diminuto melodías muy complicadas y componer las suyas propias incorporando otras nuevas escuchadas solo una vez? ¿Como es capaz un ave de usar los conocimientos adquiridos para resolver problemas, hacer inferencias acerca de las relaciones causa-efecto o realizar actividades que solo tendrán su recompensa en el futuro?

Como era esperable, uno de los grupos que tienen mayor protagonismo a lo largo del libro es el de los córvidos, sobre los que se ha escrito mucho acerca de su habilidad para utilizar herramientas e incluso sobre su capacidad para aprovecharse del ser humano para obtener un beneficio directo, por ejemplo colocando una nuez en una calle para que la aplasten los coches y esperando posteriormente a que se abra el semáforo de los peatones para recoger su contenido.

Uno de los experimentos que más me ha llamado la atención es el que desarrolló el equipo del Departamento de Psicología de la Universidad de Aukland con el cuervo de Nueva Caledonia​ (Corvus moneduloides), una especie muy similar a nuestros cuervos y cornejas. En este experimento los investigadores querían saber si la famosa fábula de Esopo sobre el cuervo y el cántaro era solo una metáfora o si podría tener un fundamento real. Según está fábula, un cuervo que se estaba muriendo de sed se encontró con una jarra que contenía un poco de agua en el fondo. Estaba tan profunda que el cuervo por más que intentó alcanzarla no conseguía llegar a ella. Cuando ya estaba desesperado se le ocurrió una idea. Comenzó a recoger pequeñas piedras que había alrededor del cántaro y las empezó a echar dentro del cántaro. A medida que iba introduciéndolas el nivel de agua subía, hasta que finalmente el agua alcanzo la suficiente altura que el cuervo consiguió alcanzarla y saciar su sed. La moraleja de esta fábula decía que en momentos de crisis es cuando se aguza el ingenio y aparecen las soluciones.


Vídeo en el que se muestra parte de los experimentos desarrollados por Jelbert y colaboradores

Lo que demostraron estos investigadores fue que los cuervos de Nueva Caledonia no solo eran capaces de arrojar objetos para subir el nivel del agua, sino que incluso eran capaces de discriminar entre los distintos objetos que tenían a su disposición, seleccionando preferentemente los objetos que se hundían frente a los que flotaban, así como los objetos sólidos frente a los huecos. Asimismo, si había dos tubos con distinto nivel de agua, elegían el que tenía el nivel más alto para arrojar los objetos (Jelbert SA, et al., 2014. Este experimento confirmaba que estos animales no solo eran capaces de comprender principios físicos elementales como el principio de Arquímedes, sino que eran capaces de hacer inferencias-causa efecto de las que otros animales considerados superiores no eran capaces.

Pero si hay una característica que siempre se ha considerado exclusivamente humana es la capacidad de disfrutar del ocio sin ningún fin más que el de divertirse. Se puede pensar que gastar unos recursos energéticos que cuesta mucho conseguir en una actividad que no aporta nada, no tendría sentido para un animal cuyo único objetivo en la vida es sobrevivir y pasar sus genes a la siguiente generación, y mucho menos para las aves, que como he comentado al principio han sido consideradas durante siglos como meros autómatas.

Pero lo cierto es que hay muchas aves que juegan y que incluso son capaces de utilizar objetos para divertirse. Y un ejemplo perfecto es el que podéis ver en el siguiente vídeo grabado en una ciudad rusa hace unos cuantos años.



La próxima vez que veáis a un cuervo o a una corneja es probable que lo miréis con otros ojos, y tened una cosa segura, si lo habéis visto a él, seguro que él ya os ha visto a vosotros mucho antes.

Referencias

- Akerman J (2017) El ingenio de los pájaros. Ariel
- Herculano-Houzel S, Avelino-de-Souza K, Neves K, Porfírio J, Messeder D, Mattos Feijó L, Maldonado J & Manger PR (2014) The elephant brain in numbers. Front Neuroanat. 12:8-46. doi: 10.3389/fnana.2014.00046.
- Jelbert SA, Taylor AH, Cheke LG, Clayton NS, Gray RD (2014) Using the Aesop’s Fable Paradigm to Investigate Causal Understanding of Water Displacement by New Caledonian Crows. PLoS ONE 9(3): e92895. doi:10.1371/journal.pone.0092895

6 comentarios:

  1. Anteayer terminé de leer The Genius of Birds de JAckerman !que coincidencia! Doy fé de todo lo que dice sobre el libro y añadiría que de amena lectura. Por cierto, al comedero y bebederos de mi patio acuden regularmente mirlos, tórtolas turcas y con menos frecuencia y en menos números currucas, petirrojos, carboneros... pero siempre están--y siempre son los primeros en acudir al pienso--los ubicuos gorriones. Después de leer el capítulo "Sparrowville" (¿Villagorrión?) los observo con más respeto!!!

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    1. El libro está muy bien y muy didáctico. Merece la pena. Los gorriones siempre me encantaron, y parece que solo nos damos cuenta de que están cuando empiezan a desaparecer.
      un saludo

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  2. Buenos días, David.

    Excelente entrada. Para los legos en estas materias, como yo, es una gozada leerla. Tendré que comprar el libro de Akerman. Eso refuerza mi idea de que las aves juegan. He visto muchas veces a las gaviotas patiamarillas hacer cosas que, aparentemente, exigían un comportamiento de juego. Como coger con el pico una pelota de goma deshinchada, que unos críos habían chutado encima de un tejado, lanzarla tejado arriba para ver como iba rebotando torpemente hacia abajo. Recogerla y volver a lanzarla. Y así montones de veces. Repito: Gracias por la entrada.

    Nacho Vega.

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    1. Nacho, píllate el libro porque seguro que te va a gustar. Como dices, hay muchos pájaros que juegan sin que aparentemente tenga ningún sentido nada más que el de divertirse. Y no tengo ninguna duda que jugar es una muestra de inteligencia.
      un saludo y me alegro de que te haya gustado.

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  3. ¡ Qué entrada más chula David! Ya sé cómo voy a empezar la clase mañana. Les va a encantar!!!!
    Gracias. Leeré ese libro.

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